Desequilibrios de la paternidad

¿Cuál es el tuyo o el de tus padres?

Gabriela Vergara

8/25/202515 min read

Desequilibrios de la paternidad.

Criar es un desafío, y entre la presión social, la historia personal y las heridas heredadas, es fácil caer en desequilibrios.

El punto no es ser perfecto, sino buscar equilibrios razonables:

· Ni sobreprotectora ni negligente.

· Ni ausente ni excesivamente presente y asfixiante

· Ni maltratadora ni excesivamente complaciente.

· Ni demasiado rígido ni demasiado flexible.

· Alguien que equilibra su bienestar propio con el de sus hijos y tiene un proyecto de vida propio a la par que atiende a sus hijos, sin generar sobredependencia paralizante.

Cuando esos equilibrios fallan, aparecen los desequilibrios de la paternidad, y con ellos las heridas que se vuelven núcleo de muchos traumas relacionales. Heridas que después se traducen en ansiedad, baja autoestima, problemas de pareja, dificultad para poner límites o miedo al abandono.

Este artículo no busca culpar a nadie, ni poner a los padres en el banquillo, ni victimizar a los hijos. Busca algo mucho más poderoso: nombrar lo que nos marcó. Porque lo que se nombra se entiende, y lo que se entiende se puede transformar.

Si sos hijo, este mapa te ayuda a encontrar el origen de muchos de tus bloqueos, los cuales trabajamos a fondo en terapia de reprogramación mental profunda.
Si sos mamá o papá, te muestra lo que podés prevenir para que tus hijos crezcan más libres.

En las siguientes líneas vas a recorrer los principales desequilibrios de la paternidad y la maternidad: la madre mártir, el padre ausente, la madre maltratadora, el padre hiperexigente, la sobreprotectora, el caído… y muchos más. Cada uno deja huellas distintas en la autoestima, la autonomía y la capacidad de confiar.

La ansiedad, la baja autoestima, el estado de animo inestable casi siempre están moldeados por estos desequilibrios. La buena noticia, es que se puede desactivar en tu mente profunda los efectos duraderos de este tipo de paternidades y maternidades en tu infancia.

Y entenderlos no es quedarse en el pasado. Es el primer paso para romper cadenas invisibles y construir vínculos más sanos.

Madres en desequilibrio y su condicionamiento relacional

1. La Ausente

La ausencia puede ser tan dolorosa como la agresión directa. No necesariamente fue una madre cruel, pero su no-presencia creó un vacío que el hijo nunca supo llenar.

· Por muerte: Obviamente no es responsabilidad de la persona, pero la incluimos. La experiencia abrupta de perderla en la infancia instala la idea de que todo amor puede desvanecerse sin aviso. El hijo queda con un temor existencial: “¿qué me garantiza que algo permanezca?”.

· Por no estar nunca: madres absorbidas por el trabajo, las obligaciones, las relaciones externas o su propia desconexión emocional. La rutina se volvió mecánica: comida, escuela, dormir. Pero no hubo mirada ni contención.

· Por delegar en parientes: crecer en casas de abuelos, tías o vecinos transmite el mensaje de que se era un peso que había que pasar de mano en mano.

Condicionamiento relacional:

· Apego ansioso o evitativo.

· Sensación crónica de abandono.

· Miedo a equivocarse porque “si fallo, me dejan”.

· Ansiedad de base, ánimo inestable.

· Dificultades para tomar decisiones trascendentes por inseguridad y miedo a la soledad.

2. La Ansiosa sobreprotectora

Esta madre confundió amor con control. Su motor no era la confianza en la vida ni en su hijo, sino un miedo desbordado que transmitía a cada gesto.

· No toleraba la autonomía: cada paso debía ser supervisado, cada decisión corregida.

· Repetía frases como “mirá que si hacés eso te va a pasar algo” o “dejá, yo lo hago mejor”.

· Bajo su lógica, proteger equivalía a impedir.

· El hijo creció con la idea de que el mundo era peligroso y que él mismo no estaba preparado para enfrentarlo.

· Se mete en la vida de sus hijos hasta adultos, cada detalle, cada pareja, problemas con las suegras o yernos, etc.

· Le cuesta horrores sacar la atención de los hijos y le cuesta establecer metas propias, ajenas a su maternidad.

Condicionamiento relacional:

· Dependencia emocional, dificultad para separarse de figuras protectoras.

· Inseguridad paralizante ante cada elección: miedo a fallar y arrepentirse.

· Fatiga de decisión: todo paso se analiza diez veces hasta perder la oportunidad.

· Ansiedad constante y bajo estado de ánimo por no sentirse nunca autosuficiente.

· Dificultades para avanzar: cada intento de independencia activa culpa y miedo.

3. La Mártir

Encarnación del sacrificio perpetuo. Muchas veces cargó con un marido abusivo o ausente, hijos numerosos, pobreza o problemas familiares. Su entrega fue real, pero nunca gratuita: se volvió una herramienta de poder moral.

· Frases como “dejé todo por ustedes” o “ustedes me deben todo” quedaron grabadas como tatuajes.

· Cada logro del hijo debía llevar la firma del sacrificio materno.

· El hijo creció con la sensación de que respirar era deuda.

· No tiene proyecto de vida propio, vive esperando mucho de sus hijos hasta que son mayores, en general les genera mucha culpa.

· Suele haber mucha victimización y triangulación. Tu papa me hizo esto, tu hermano es así, siempre denunciando a unos contra otros.

Condicionamiento relacional:

· Culpa crónica por tener deseos propios.

· Ansiedad e inseguridad al elegir caminos distintos a los de la madre.

· Inestabilidad emocional: cada alegría trae la sombra del reproche.

· Parálisis frente a decisiones importantes por miedo a fallar y “traicionar el sacrificio”.

· Bajo ánimo, dificultad para disfrutar sin sentir obligación.

4. La Maltratadora organizada

El orden y la exigencia llevados al extremo. Para ella, la disciplina era amor, y la ternura era debilidad.

· Su valoración del hijo dependía del rendimiento: notas, comportamiento, logros.

· Comparaba con hermanos o con hijos ajenos, marcando siempre la insuficiencia.

· Castigaba sin contacto emocional: el error era tratado como vergüenza pública.

Condicionamiento relacional:

· Miedo permanente al error.

· Autoexigencia extrema, incapacidad para sentirse suficiente.

· Ansiedad de rendimiento: vivir como en examen constante.

· Fatiga de decisión: cada paso es un riesgo de desaprobación.

· Paralización en la vida adulta: proyectos demorados por temor a equivocarse.

5. La Maltratadora desorganizada

Su rasgo era la imprevisibilidad. Un día podía ser afectuosa y al otro, cruel.

· Podía insultar, ridiculizar, humillar, y luego abrazar como si nada.

· El hogar se volvía un campo minado emocional.

· El hijo nunca supo qué versión de su madre iba a encontrar.

Condicionamiento relacional:

· Hipervigilancia: necesidad de medir cada gesto, palabra o silencio.

· Inseguridad extrema, dudas permanentes.

· Ansiedad generalizada, ánimo inestable.

· Parálisis frente a decisiones: miedo a activar reacciones negativas en otros.

· Dificultades para avanzar: el caos internalizado se repite en la vida adulta.

6. La Amorosa y flexible sin límites

Una madre de apariencia ideal: cercana, tierna, permisiva. Pero sin estructura interna para guiar.

· Permitía todo: el hijo nunca escuchó un “no” firme.

· El afecto estaba, pero sin la otra cara del amor: el límite protector.

· De niño parecía ventaja, de adulto se convierte en debilidad frente al mundo real.

Condicionamiento relacional:

· Baja tolerancia a la frustración.

· Ansiedad y ánimo inestable cuando las cosas no salen fáciles.

· Inseguridad en entornos que requieren disciplina.

· Fatiga de decisión: sin estructura interna, el hijo no sabe priorizar.

· Dificultades para sostener objetivos a largo plazo.

7. La que lo dio todo

Su entrega fue principalmente material: estudios, ropa, techo, oportunidades. Pero no acompañó con escucha ni validación emocional.

· Frase típica: “te di todo, ¿qué más querés?”.

· El hijo aprende que pedir afecto o reconocimiento es ingratitud.

Condicionamiento relacional:

· Dificultad para expresar necesidades emocionales.

· Inseguridad: miedo a molestar o pedir “de más”.

· Ansiedad y bajo estado de ánimo por sensación de vacío a pesar de tenerlo todo.

· Indecisión crónica: duda sobre su derecho a reclamar, elegir o desear.

8. La Empobrecida

Amó desde la carencia, no desde la crueldad. Dio lo poco que tenía, pero no fue suficiente.

· Material: todo giraba en torno a la sobrevivencia.

· Afectiva: nunca recibió ternura, no supo darla.

· Simbólica: no se sentía madre suficiente, transmitía inseguridad.

Condicionamiento relacional:

· Sentimiento de insuficiencia personal (“nunca tengo lo necesario”).

· Inseguridad e indecisión ante desafíos.

· Bajo ánimo, resignación, ansiedad frente a exigencias externas.

· Paralización vital: se acostumbra a sobrevivir, no a crecer.

9. La llena de problemas de la casa

Vivía ocupada en deudas, peleas de pareja, conflictos familiares. La vida era tormenta permanente.

· Cada vez que el hijo pedía atención, recibía: “no seas una carga más”.

· El niño aprendió a ocultar necesidades y dolores.

Condicionamiento relacional:

· Bloqueo al pedir ayuda.

· Miedo a molestar o incomodar a otros.

· Inseguridad y dudas permanentes: “no quiero ser un problema”.

· Ansiedad social, bajo ánimo por sensación de invisibilidad.

· Fatiga de decisión: posterga sus elecciones para no generar conflicto.

10. La competitiva con su hija

La rivalidad donde debería haber cuidado. La madre compite con la hija por belleza, juventud o incluso por el rol de mujer frente al padre. Muy común entre madres y sus hijas mujeres, pero por ser un tema tabú casi nunca se nombra.

· Comentarios humillantes: “a tu edad yo ya había logrado más”.

· Desvalorizaciones constantes disfrazadas de consejos.

· Genera un clima de comparación envenenada.

Condicionamiento relacional:

· Inseguridad en la autoimagen.

· Ansiedad social: miedo a ser juzgada o comparada.

· Ánimo inestable por la autoexigencia de “estar a la altura”.

· Indecisión al mostrarse o destacarse, por miedo a despertar envidia o rechazo.

11. La Expectante / del Amor Condicionado

Es la madre que ama bajo contrato invisible: “te quiero, pero si cumplís”. No necesita gritar ni pegar: basta con decepcionarse en silencio.

· Tiende a ver en su hijo un espejo de lo que ella no pudo ser. Si el hijo es lindo, talentoso o inteligente, deposita en él todo su proyecto personal.

· Espera resultados altos y constantes: buenas notas, belleza, conducta, éxito social.

· Celebra los logros, pero apenas se pierde el estándar, aparece la retirada emocional o el gesto de decepción.

· El hijo aprende rápido que su valor no está en quién es, sino en lo que logra.

👉 Condicionamiento relacional:

· Inseguridad constante: “si no lo hago perfecto, me dejan de querer”.

· Ansiedad por rendimiento y miedo al fracaso.

· Indecisión y fatiga de decisión: todo paso parece examen.

· Estado de ánimo inestable, oscilando entre euforia al cumplir y depresión cuando no alcanza.

· Dificultad para avanzar en la vida adulta: vive atrapado en la mirada ajena, temiendo decepcionar.

12 La Comparadora / Favoritista

Es un tipo de maltrato organizado. Es la madre que no reparte amor en equilibrio, sino que establece bandos. A un hijo lo coloca en el pedestal y al otro en el lugar del “que nunca alcanza”.

· Puede mostrar más afecto, admiración o complicidad hacia un hermano y frialdad hacia el otro.

· Suele usar frases como: “mirá cómo tu hermano sí hace caso”, “¿por qué no podés ser como él?”.

· Genera alianzas e intrigas internas: convierte a los hijos en rivales por su aprobación.

· El hijo no elegido carga la herida de haber crecido en desigualdad, como si su existencia no fuera suficiente.

👉 Condicionamiento relacional:

· Sentimiento crónico de inferioridad.

· Ansiedad y miedo constante a las comparaciones sociales.

· Autoexigencia extrema para ganarse un lugar.

· Estado de ánimo inestable: euforia si logra reconocimiento, depresión al sentirse opacado.

· Dificultad para confiar en vínculos: teme la traición, la intriga y el favoritismo.

Y la narcisista?

Disclaimer

El narcisismo en psicología clínica es un trastorno de personalidad específico que requiere criterios diagnósticos (grandiosidad, falta de empatía, necesidad de admiración, rigidez de patrón en distintos ámbitos).
Aquí hablamos de lo que, en el lenguaje común, se llama “madre narcisista”: no necesariamente un diagnóstico clínico, sino una mezcla de tipologías desequilibradas que, juntas, producen la experiencia de haber sido criado como extensión de ella y no como individuo independiente.

La Narcisista (cotidiana)

No te escucha, no te ve, no te entiende. Tu experiencia no cuenta porque lo único válido es su narrativa. Si discutís con ella, no parte de hechos objetivos, sino de lo que siente o cree, y siempre gira la situación hasta quedar en el centro. Su necesidad no es comprenderte, sino reafirmar su versión del mundo.

Lo que subyace es que vos no existís como sujeto separado:

· Sos extensión de su ego.

· Estás para reforzar su identidad, su rol y su imagen hacia afuera.

· Si intentás ser vos mismo, recibís castigo: desaprobación, críticas, frialdad, culpas o incluso enfermedad repentina.

Mezcla de tipologías que suele incluir

Una madre con rasgos narcisistas puede combinar varios de estos perfiles:

· Expectante / del Amor Condicionado → amor atado a rendimiento y éxito (“si me hacés quedar bien, valés”).

· Comparadora / Favoritista → rivalidades entre hermanos, con uno idealizado y otro relegado.

· Competitiva con la hija → rivaliza en belleza, juventud, rol de mujer; compite en lugar de sostener.

· Mártir manipuladora → convierte sus sacrificios en deuda eterna, triangula al hijo contra el padre.

· Sobreprotectora controladora → invade autonomía, decide todo por el hijo “para cuidarlo”.

· Amorosa sin límites → parece permisiva, pero en realidad deja al hijo sin estructura, confundiendo afecto con fusión.

· La llena de problemas → todo gira en torno a sus dramas; el hijo queda invisibilizado.

👉 Condicionamiento relacional:
Los hijos de madres con este tipo de mezcla suelen desarrollar patrones muy específicos:

· Invisibilidad interna: sienten que no fueron vistos ni escuchados, que su voz nunca tuvo espacio real.

· Inseguridad identitaria: crecen sin brújula propia; la identidad fue colonizada por la narrativa materna.

· Ansiedad y miedo constante a equivocarse: porque cualquier desviación del libreto implicaba castigo.

· Indecisión y fatiga de decisión: nunca aprendieron a decidir por sí mismos; cada paso genera dudas y parálisis.

· Ánimo inestable: euforia cuando encajan, depresión cuando intentan diferenciarse.

· Autoimagen fragmentada: viven como actores, poniéndose máscaras para adaptarse a cada situación.

· Dificultad para avanzar en la vida: lo que otros resuelven con confianza, ellos lo resuelven con ansiedad, dudas y parálisis.

💡 En síntesis: la llamada “madre narcisista” no es una categoría única, sino un coctel de desequilibrios que generan la misma sensación de fondo:
“Nunca pude ser yo mismo. Si me mostraba tal cual soy, no me aceptaban. Viví invisible, vigilado, ansioso, con miedo a equivocarme.”

AHORA HAGAMOS FOCO EN LOS PADRES

1. El Ausente

El padre que no estuvo. A veces porque se fue, otras porque murió, otras porque eligió desconectarse. Pero su verdadera marca es haber dejado al hijo sin referente.

· Por abandono/separación: su ausencia es un “no te elegí”. El hijo crece con la idea de que es prescindible.

· Por muerte: la herida es abrupta, sin explicación, dejando un vacío imposible de llenar.

· Por adicciones: estaba físicamente, pero emocionalmente siempre en otra parte.

· El pelele: padre dominado, incapaz de poner límites o proteger. El hijo aprende que su figura paterna no tiene fuerza real.

👉 Condicionamiento relacional:
El hijo del ausente queda sin brújula. Vive con miedo al abandono y con una inseguridad estructural: ¿quién soy si nadie me guía? Esa carencia de dirección puede derivar en ansiedad constante, indecisión crónica y ánimo inestable. Muchos hijos de padres ausentes reportan síntomas similares al TDAH: falta de foco, dispersión, dificultad para organizarse y avanzar en la vida, porque nunca tuvieron un modelo claro de límites ni de estructura. La ausencia de autoridad no solo se vivió como vacío, sino como desorden interno: “si no hubo quien me guiara, ¿cómo sé ahora hacia dónde ir?”.

2. El Hiperexigente (maltrato organizado)

Este padre sí estuvo, pero su presencia se sintió como examen constante. No grita sin sentido: su violencia es metódica, estructurada, fría. Recordemos que se debe buscar el equilibrio. Debe haber estructuras pero también con contención emocional y diálogo de padre a hijo.

· El militar emocional: disciplina rígida como forma de carácter.

· El perfeccionista insatisfecho: jamás reconoce un logro completo.

· El corrector permanente: cada intento del hijo era corregido, minimizado o ridiculizado.

· El moralista religioso: convierte la falla en pecado, el error en vergüenza pública.

👉 Condicionamiento relacional:
El hijo de este padre crece con estructura, pero a un costo altísimo: ansiedad de rendimiento, miedo paralizante a fallar, autoexigencia enfermiza. Vive con fatiga de decisión porque cada paso parece definitivo. En vez de aprender dirección interna, aprende a funcionar bajo la mirada externa: “¿qué dirá papá? ¿qué pensarán los demás?”. Se siente sin derecho a equivocarse, con un ánimo inestable que oscila entre euforia por logros y hundimiento ante mínimos fracasos. Este tipo de padre no deja vacío de autoridad, sino un exceso de autoridad que se convierte en cárcel.

3. El Maltratador desorganizado

Aquí el problema no es la ausencia ni la dureza metódica, sino la incoherencia. Este padre es cambiante, explosivo, imprevisible. Un día ríe, al otro estalla.

· Puede insultar y a la media hora abrazar.

· Su humor dicta la dinámica de la casa.

· No hay reglas claras: la única regla es la imprevisibilidad.

👉 Condicionamiento relacional:
El hijo de este padre vive en alerta constante. No sabe qué esperar de los demás, porque nunca supo qué esperar de su padre. Desarrolla hipervigilancia y ansiedad generalizada. La falta de coherencia y de límites firmes genera un vacío de estructura interna: el niño nunca internalizó normas claras, entonces de adulto vive con dificultad para organizarse, indecisión constante y parálisis frente a las decisiones importantes. Esa falta de dirección y consistencia paterna se traduce muchas veces en desregulación emocional, ánimo inestable y síntomas muy parecidos a TDAH: dispersión, dificultad para sostener metas, impulsividad.

4. El Maltratador psicopático

Su marca es el abuso de poder sin culpa. No hay incoherencia ni debilidad, sino frialdad brutal. Puede usar violencia física, verbal o incluso abuso sexual.

· Castiga de manera planificada, con crueldad.

· Justifica su conducta: “es por tu bien”.

· No repara, no se arrepiente.

👉 Condicionamiento relacional:
El hijo de este padre queda marcado por el trauma. La autoridad se convierte en sinónimo de miedo y dominación. Aprende a desconfiar de toda figura jerárquica, pero al mismo tiempo puede reproducir el abuso en sus propios vínculos. Vive con inseguridad existencial: “si me acerco, me destruyen”. El ánimo suele ser bajo, teñido de desconfianza y ansiedad. La autoridad paterna no estuvo ausente: estuvo distorsionada en forma de poder destructivo. Eso deja al hijo atrapado entre dos extremos: o se somete, o se rebela, pero nunca encuentra un punto de equilibrio interno.

5. El Ego herido / El Caído

Aquí entra el “cornudo, el resentido, el mártir masculino”. Es el padre que sufrió un golpe en su orgullo –una infidelidad, un fracaso, un abandono– y se hundió en su herida sin levantarse.

· El cornudo/traicionado: transmite resentimiento contra la pareja, las mujeres o la vida.

· El fracasado resignado: vive apagado, justificando su inacción.

· El rencoroso silencioso: su bronca impregna el ambiente, aunque no se exprese.

· El mártir masculino: recuerda constantemente lo que dio y lo que le quitaron.

👉 Condicionamiento relacional:
El hijo de este padre crece bajo la sombra de alguien que perdió dirección y autoridad. Aprende que los golpes de la vida destruyen y que no hay retorno. Esto genera inseguridad frente a los desafíos, miedo a arriesgarse, indecisión crónica y un ánimo teñido de melancolía. La falta de carácter del padre –su incapacidad de poner límites, de levantarse y de proteger– se traduce en ansiedad permanente en el hijo: “si mi padre se quebró, ¿cómo voy a sostenerme yo?”. Este vacío de dirección es caldo de cultivo para parálisis vital y bloqueos similares a TDAH: dificultad para enfocarse, sostener proyectos y confiar en su capacidad de salir adelante.

6. El Empobrecido

No desde la crueldad, sino desde la carencia. Quiso dar, pero nunca alcanzó.

· Pobre material: el dinero nunca fue suficiente; la vida era pura sobrevivencia.

· Carente afectivo: confundió amor con provisión económica.

· Empobrecido simbólico: nunca se sintió hombre suficiente, se comparaba con otros.

· Limitado estructuralmente: sin herramientas internas ni externas, siempre sobrepasado.

👉 Condicionamiento relacional:
El hijo de este padre crece con la sensación de insuficiencia: “nunca es suficiente lo que tengo o lo que soy”. Vive con ansiedad económica, inseguridad frente a desafíos y ánimo resignado. La falta de estructura interna del padre –su imposibilidad de dar dirección más allá de la sobrevivencia– se traduce en hijos que dudan al proyectar, que se paralizan al intentar crecer, y que viven con la sensación de que soñar es peligroso porque siempre va a faltar algo.

7. El Expectante / del Amor Condicionado

El padre que ama bajo contrato: si rendís, valés; si no, te retiro el afecto.

· Ve al hijo como su proyecto personal.

· Orgulloso cuando el hijo brilla, decepcionado cuando no alcanza el estándar.

· Su amor parece apoyo, pero está condicionado.

👉 Condicionamiento relacional:
El hijo de este padre internaliza que su valor depende de su rendimiento. Vive con ansiedad de desempeño, miedo a decepcionar y ánimo oscilante entre euforia y hundimiento. Se vuelve indeciso: cada paso lo analiza hasta la fatiga por temor a fallar. Esta forma de autoridad es engañosa: parece sólida, pero es condicional. Lo que falta es la base estable e incondicional que da verdadera dirección. Sin eso, el hijo nunca siente seguridad interna para avanzar.

8. El Comparador / Favoritista

El padre que divide a los hijos en “el que sirve” y “el que no”.

· Idolatra a un hijo, usa al otro como contraejemplo.

· Genera rivalidades, intrigas, resentimientos entre hermanos.

· No distribuye su autoridad, la usa como arma de división.

👉 Condicionamiento relacional:
El hijo no elegido vive con sentimiento crónico de inferioridad. Se vuelve inseguro, con miedo a comparaciones en todos los ámbitos. Puede desarrollar autoexigencia extrema o, en el extremo opuesto, resignación. La falta de una autoridad justa y equilibrada genera ansiedad social, desconfianza en vínculos horizontales y ánimo inestable. La dirección paterna no fue guía: fue balanza desequilibrada que pesaba siempre en contra.

9. El Don Problemas

Padre absorbido por sus propios dramas: deudas, peleas, trabajo excesivo.

· Frases como “no molestes, estoy cansado” eran habituales.

· El hijo siempre fue un tema secundario frente a la avalancha de problemas.

· Su autoridad estaba gastada en el afuera, nunca disponible adentro.

👉 Condicionamiento relacional:
El hijo de este padre crece con miedo a molestar, bloqueado para pedir ayuda. Aprende a callar sus necesidades y a tomar decisiones con inseguridad, como si no tuviera derecho a pedir nada. Vive con ansiedad y bajo estado de ánimo por sensación de invisibilidad. La falta de un padre que pusiera estructura en casa deja al hijo con dificultad para priorizar, organizar y sostener metas a largo plazo: lo urgente siempre tapó lo importante.

10. El Competitivo / Celoso del hijo

Un padre que ve en su hijo un rival.

· Puede competir en inteligencia, fuerza, logros o incluso conquistas amorosas.

· Lanza comentarios burlones o humillantes para “bajarlo de nivel”.

· Transforma lo que debería ser guía en una lucha de egos.

👉 Condicionamiento relacional:
El hijo de este padre aprende que brillar es peligroso. Se siente inseguro al mostrar sus logros, con miedo a despertar envidia o rechazo. Puede convertirse en un adulto que se autosabotea, que se guarda sus talentos o que se paraliza en la toma de decisiones importantes. Su ánimo es inestable: orgullo cuando se destaca, pero culpa o ansiedad cuando sobresale demasiado. La autoridad paterna, en lugar de dirigir y sostener, se convierte en competencia destructiva.

Si sos padre o madre, estás a tiempo de corregir estos desequilibrios. Si sos hijo, podrás entender tu trauma relacional o baja autoestima bajo otra perspectiva. Lo bueno es que se puede reconfigurar totalmente tu mente en psicoterapia para ser libre de los efectos de estos desequilibrios en tu carácter, autoestima, ansiedad y modo de relacionarte.