Estados que son ansiedad… pero no parecen ansiedad
La ansiedad no siempre viene con taquicardia, respiración agitada o miedo. Muchas veces se disfraza de eficiencia, de carácter, de costumbre. Incluso de buena persona. Acá una lista real. Reconocible. Cruda.
Mgtr. Gabriela Vergara
8/7/20256 min read


La ansiedad se volvió tan parte del paisaje que ya nadie la ve. No aparece solo cuando hay ataques de pánico o insomnio: está metida en la forma en que vivimos. En la hiperexigencia, la prisa, el miedo a equivocarse, la necesidad de controlarlo todo. Se normalizó tanto que se confunde con personalidad, con carácter, con “así soy yo”. Pero no: es el núcleo encubierto de casi todos los malestares mentales de esta era. Es el chip madre. Desde ahí se sobrepiensa, se posterga, se somatiza, se adormece, se trabaja de más, se ama de menos. Todo lo que sentimos como “problema” suele tener a la ansiedad como sistema operativo silencioso. Y como está tan arraigada, ni siquiera la cuestionamos.
Ser apurado todo el tiempo
No importa qué tan temprano te levantes: siempre sentís que llegás tarde. El apuro está dentro, no en el reloj. La prisa crónica es ansiedad camuflada de urgencia. Esto te impide disfrutar el aquí y ahora, tal vez ni siquiera podés comer lentamente y tomarte tu tiempo.
Sobreexplicás todo
Decís tres veces lo mismo con palabras distintas. Aclarás lo que ya era claro. Justificás cada paso, cada decisión, cada “no puedo”. En el fondo, no es para que el otro entienda: es para que no te juzgue. Para que no se enoje. Para que no te deje. La sobreexplicación es ansiedad vestida de amabilidad. Una necesidad de control disfrazada de transparencia. Y agota. A vos, y a los demás.
No tolerás no saber
Decís que no te gusta el gris, que preferís las cosas claras. Pero en realidad, lo que no tolerás es la incertidumbre. No saber te desregula. Te hace sentir fuera de control. Te llena de preguntas sin respuesta, y eso te carcome. Por eso necesitás diagnósticos, definiciones, cierres, garantías, finales claros. Pero la vida no funciona así. Y hasta que no te hagas amigo del “no sé todavía”, vas a sufrir más de la cuenta. Porque lo incierto no es el problema: el problema es tu necesidad de certeza.
No poder tolerar la lentitud
La fila lenta. La persona que habla despacio. El sistema que tarda en cargar. Todo eso te irrita. No es que odies la lentitud: es que no la podés sostener. Porque te deja con vos. Y con la incomodidad del vacío.
Hiperplanificás todo
Tu semana está armada como si fueras una empresa multinacional. Agenda, recordatorios, listas, apps de organización. Cada día con su horario, cada horario con su tarea. Creés que eso te ordena, pero en realidad te calma. No podés estar sin saber qué viene después. Un día sin estructura te deja en blanco, como si no supieras existir sin instrucciones. La planificación no es el problema. El problema es que sin ella, entrás en pánico.
No poder estar sin la TV o algo prendido:
Te genera ansiedad la soledad, el silencio, estar a solas con tus pensamientos, tener que afrontar dolores que normalmente evitás. Lo malo de esto es que la televisión generalmente nos trae malas noticias, muertes, violencia, y esto aumenta la ansiedad y la percepción de que vivimos en un mundo hostil y peligroso, y retroalimenta el circuito de miedo y sobreanálisis ante cada decisión.
No iniciás nada hasta tener todo el mapa bajo control
Querés cambiar de trabajo, mudarte, lanzarte con ese proyecto, decir lo que pensás, cortar con algo que ya no va. Y lo decís. Lo pensás. Lo soñás. Pero cuando toca moverse… no pasa nada. Porque tu mente no tolera lo incierto. Porque "y si…". Porque te imaginás todos los posibles fracasos antes de dar un solo paso.
Querés salir de tu zona de confort, pero no sabés estar en el medio. En ese tramo turbio donde todavía no ves resultados, donde no tenés garantías, donde hay que confiar sin pruebas. No empezás un proyecto sin investigar tres semanas. No salís si no sabés exactamente adónde vas. No hablás si no calculaste todas las posibles respuestas. ansiedad no te deja fluir, te exige garantías. Y si no las hay, te frena. Porque equivocarse, para tu sistema, no es una opción.
Querer servir a todos
Estás siempre disponible. Te anticipás a lo que otros van a necesitar antes de que lo pidan. Parecés generosa, y lo sos. Pero muchas veces es miedo. Miedo a que se enojen. A que te dejen de querer. A no ser suficiente si no resolvés todo. Es ansiedad vestida de abnegación.
Hacer mil cosas a la vez
Creés que sos productiva, multitasker, eficiente. Pero la verdad es que no podés estar en un solo lugar sin moverte. Saltar de tarea en tarea anestesia el cuerpo. Calla la mente. Evita el vacío.
Sobredimensionás la importancia de tu trabajo y te encanta sentirte atareado
Sentís que todo depende de vos. Que si no lo hacés, se cae el mundo. Que sos imprescindible. Y en parte te gusta: estar ocupado te da sentido, te hace sentir valioso. Vivís al límite de tu energía, con mil cosas encima, creyendo que eso es compromiso. Pero después te quejás del estrés, de la carga, del poco reconocimiento. La verdad es que no sabés quién ser sin tareas. El vacío te da más miedo que el agotamiento.
Revisar el celular cada rato
No por chisme. No por gusto. Por compulsión. Porque algo puede pasar. Porque podrías perderte algo. Porque te sentís aburrido en el lento ritmo de la vida que nos deja frecuentemente sin respuestas claras en el momento que queremos. Porque el silencio se siente insoportable. No es hábito: es ansiedad.
No saber descansar
Estás de vacaciones y no sabés qué hacer. Te ponés a limpiar. O a organizar el próximo mes. O a leer algo “útil”. Te da culpa no rendir. El descanso real te enfrenta con vos mismo/a y te pone en alrte ante la posibilidad de que algo importante no se esté haciendo y todo colapse luego.
Comer aunque no tengas hambre
Abrís la heladera por reflejo. No por apetito. No querés comida: querés alivio. Algo crujiente, algo dulce, algo que te distraiga. Tragar ansiedad es más fácil que sentirla.
Hablar sin parar
No podés dejar un silencio sin llenar. Hacés chistes. Explicás de más. Narrás tu día completo. No es simpatía: es supervivencia. Porque si callás… escuchás. Y si escuchás… sentís.
No poder dejar cosas sin cerrar
Un mensaje sin responder. Un mail sin contestar. Una decisión sin tomar. Sentís que si no resolvés ya, algo malo va a pasar. Es una falsa sensación de control para tapar el miedo.
Hiperpreocuparte por otros
No podés estar bien si alguien cercano está mal. Llevás la carga ajena como si fuera tuya. La ansiedad se disfraza de empatía, pero en realidad es una forma de regular lo que no podés controlar adentro.
Tener siempre algo encendido
Música, tele, podcast, lo que sea. Pero que el ambiente no esté en silencio. Porque el silencio amplifica lo interno. Y si no estás lista para escucharlo… mejor taparlo.
Anticiparte a todo
Tenés una lista para mañana, otra para la semana, otra para si se cae el mundo. Sos previsora, pero en realidad estás en alerta. Porque si te anticipás, capaz que no duele tanto. Spoiler: igual duele.
Exigir perfección
Revisás tres veces lo que escribís. Dudás de tus decisiones. No largás nada si no está impecable. No es excelencia: es miedo al error. A la crítica. Al juicio. A decepcionar. Tu perfeccionismo es ansiedad encubierta.
Sentirte culpable si decís que no
Aceptás todo. Ayudás a todos. Postergás lo tuyo. La ansiedad te dice que si ponés límites, te van a dejar de querer. Que si te priorizás, sos mala persona. Mentira, pero cala hondo.
No poder parar de pensar
Todo se analiza. Todo se repite. Todo se imagina. Hablás sola, ensayás diálogos, revivís escenas. No es reflexión: es ruido. Pensar se volvió tu forma de huir de lo que dolería sentir.
Ensayás compulsivamente cada conversación
Antes de hablar, ya hablaste. En tu cabeza. Mil veces. Imaginás lo que vas a decir, lo que el otro va a responder, lo que vos vas a contestar después. Ensayás versiones de vos que suenen impecables, lúcidas, seguras. No querés improvisar, porque improvisar es exponerte. Y si no sale perfecto, te lo vas a reprochar. No es preparación: es miedo. Miedo a no controlar cómo vas a ser percibida.
¿Qué tienen en común todas estas cosas?
Que te desconectan del cuerpo. Que te sacan del momento presente. Que se sienten como necesidad… pero son reacción.
Ansiedad no siempre es lo que parece.
A veces, es tu modo de vida.