Hoy te voy a enseñar a poner limites

De verdad. Sin excusas. Sin adornos

Gabriela Vergara

7/10/20254 min read

a red stop sign sitting on the side of a road
a red stop sign sitting on the side of a road

Especialmente si sentís que hace años venís mendigando algo que debería ser obvio:
Que te escuchen. Que no te pasen por encima. Que no te ignoren. Que no se metan en tu vida.

Si creciste callándote para evitar líos.
Cediendo para que no se enojen.
Quedándote quieta para que no te tilden de intensa, de mala, de conflictiva.

Si te sentís atrapada en el rol de la que siempre es razonable, la que acomoda todo, la que no arma lío.
Pero por dentro te estás apagando.

Este texto es para vos.
Y te aviso desde ya: no es suave. Es quirúrgico.

Porque hay que cortar una cosa de raíz:
La idea de que ser buena implica dejar que te atropellen.

Poner límites no es un acto de bronca. Es un acto de madurez.

Y se empieza por las buenas.
Con voz tranquila, con palabras claras.
Sin gritar. Sin dramatizar.

No necesitás pelearte.
Solo necesitás declarar tus condiciones como quien deja claro:
“Este es mi territorio. Estas son mis reglas.”

“Cuando hacés esto, yo me siento así.
Por eso necesito que hagas esto.
Si no, la próxima vez voy a hacer esto.”

Y lo decís bien. Lo decís de frente.
Sin sarcasmo. Sin victimismo.
Con presencia.

Ejemplos reales. Sin filtro.

Con tu hijo:
“Cuando me hablás mal, me siento agotada y no quiero estar cerca.
Necesito que me hables bien.
Si volvés a hacerlo, no salimos ni hay pantalla por el resto del día.”

Con tu ex:
“Cuando te pasás de los horarios pactados, me alterás la rutina.
Necesito que seas puntual.
Si volvés a hacerlo, no te voy a abrir la puerta. Los chicos te esperan afuera.”

Con tu madre:
“Cuando criticás a mi pareja, me siento desautorizada.
Necesito que respetes mi vida.
Si insistís, no voy a compartir más nada sobre él.”

Con tu jefe:
“Cuando me escribís fuera del horario laboral, me cuesta descansar.
A partir de ahora, todo mensaje fuera de hora lo respondo al día siguiente.”

Con una pareja que hiere:
“Cuando hacés chistes sobre mí frente a otros, me siento sola al lado tuyo.
Si vuelve a pasar, me voy a ir sin explicarte nada.”

Y si no entienden… no explicás más. Ejecutás.

Porque la gente no aprende con tus razones. Aprende con tus actos.
Y te voy a decir algo que nadie quiere escuchar:

El que no te respeta la primera vez, te está probando.
A ver si aflojás. A ver si te das vuelta. A ver si tu límite era de verdad o solo un amague.

Entonces vos se lo mostrás con hechos.

Segunda vez: tono firme. Cero explicación.

“Esto ya lo hablamos.
Si vuelve a pasar, hago lo que dije.”

Y no es amenaza.
Es protocolo emocional.

No necesitás sonar enojada.
Solo firme. Serena.
Como quien no está dispuesta a negociar su paz.

Tercera vez: acto. No palabra.

Apagás. Cortás. Cerrás. Te vas. Ignorás. Bajás la persiana.

Ya no hablás.
No estás para educar adultos a fuerza de lágrimas.

Y te van a decir exagerada.
Y te van a decir que cambiás.
Y te van a decir que te pusiste fría.
Y vos vas a pensar:
No. Me puse lúcida. Me puse en eje. Me puse bien.

Ahora sí: hablemos del verdadero freno.

Porque todo esto que te estoy diciendo, ya lo sabés.
Lo que no sabés es cómo soltar el miedo.

Ese miedo viejo, primitivo, infantil.
A que te dejen de querer. A que te digan mala. A que pierdas tu lugar.

Sí, también el miedo a perder el trabajo.
A que te echen. A que te hagan el vacío. A que “quedar bien” sea la única forma de sobrevivir.

Pero dejame decirte algo con claridad:

Si tu trabajo depende de que nunca pongas un límite,
no es un trabajo. Es una extorsión emocional con salario.

Si tu pareja te quiere solo cuando aguantás todo,
no es amor. Es obediencia disfrazada.

Si tus padres te “aman” solo si seguís sus reglas,
no es amor. Es control heredado.

Si tus hijos solo te respetan cuando cedés,
no es crianza. Es teatro.

¿Y si se enojan?

Que se enojen.
La ira del otro no es tu responsabilidad.

Y si se alejan, que se alejen.
Porque si solo estaban ahí mientras eras servicial, sumisa o funcional…
nunca estuvieron de verdad.

Vos no viniste a vivir pisando vidrios por temor a ser “la mala”.
Viniste a vivir en libertad interna.
Con dignidad emocional.

Y te aviso desde ya:
Los límites no ahuyentan a los buenos. Solo a los que vinieron a usar tu silencio.

Y si después de tres veces no entendieron… ya entendieron.

Lo que están haciendo es ver si volvés a caer.
Si flaqueás.
Si retrocedés en tu decisión.

Pero no.
Esta vez no.

Esta vez decís lo que hacés.
Y lo hacés.
Sin temblar. Sin justificarte. Sin llorar escondida después.

Frases que quiero que hagas tuyas:

  • “Ya lo dije. No lo repito.”

  • “No estoy enojada. Estoy decidida.”

  • “Esto no es castigo. Es consecuencia.”

  • “Si se rompe por esto, es porque ya estaba roto.”

  • “No voy a vender mi paz por afectos prestados.”

  • “No vine a agradar. Vine a estar bien.”

  • “No tengo miedo a quedarme sola. Tengo miedo a quedarme lejos de mí.”

Último resumen, como cuchillo que corta fino:

Primero por las buenas.
Después con voz firme.
A la tercera, con hechos.
Y con eso se enseña.
A niños. A ex. A jefes. A madres. A parejas. A vos misma.

Ponés un límite, no porque el otro se lo merezca,
sino porque vos te lo debés.

Y si necesitás repetírtelo todos los días, lo hacemos.
Pero esta vez, lo vas a cumplir.