Tenés ansiedad de logro perfeccionista?
Si sobrepensas mucho, posiblemente tengas un perfeccionismo totalmente internalizado del que nunca te percataste y en este artículo te voy a describir ese mecanismo.
Gabriela Vergara
8/29/20256 min read


El perfeccionista con ansiedad de logro, trata de tener todos los escenarios planificados antes de actuar y no sabe qué es prioridad a cada momento. Esa ansiedad le hace rumiar sus miedos, sus “y si” ante cada posible acción o evento. Hay una preocupación constante, irracional, por la posibilidad de tomar una mala decisión.
El perfeccionismo se disfraza de prudencia, de planificación estratégica, de responsabilidad, pero en realidad es miedo convertido en método. Un miedo que evita el compromiso, porque comprometerse exige una decisión firme, jugársela por una cosa y dejar atrás otras. Y eso, para el perfeccionista, se siente como perder.
Por eso la acción se posterga. Por eso el movimiento se vuelve mínimo. Y mientras tanto, la vida pasa, y te pasas sobreanalizando y jamás actuando. El costo de esta dinámica es enorme: proyectos que nunca nacen, vínculos que no avanzan, sueños que se disuelven en el aire. El perfeccionista queda atrapado en una especie de “pre-vida”, siempre preparando, nunca viviendo.
Muy común en gente muy inteligente pero muy maltratada en su vida: “Fulano es mejor” “no valés” “solo te quiero si…” “Si no lográs a la primera sos inútil” “siempre decepcionás” “con vos nunca alcanza” “¿eso es todo lo que podés?” “nunca vas a ser suficiente” “si fallás, me hacés quedar mal” “sos un fracaso” “tenés que ser perfecto” “tu hermano lo hace mejor” “todo lo arruinás” “sos raro, nadie te quiere en el grupo” “callate, nadie te preguntó” “qué ridículo sos” “hacelo bien o no lo hagas” “con esas notas me avergonzás” “siempre hacés quedar mal a la familia” “vos no podés solo” “dejá, yo lo hago por vos porque sos inútil” “no molestes, estoy ocupado” “vos nunca estás a la altura” “si me amás, tenés que complacerme” “sin mí no vas a poder” “todo lo hacés mal, mejor que lo haga tu hermano”.
Todas estas situaciones dejan con una sensación de no merecer cariño, admiración. “No me quieren entonces debe haber algo mal en mi. Necesito hacer todo bien para comprobarme y comprobarles que no hay nada mal en mi”
Se vive con una sensación de querer demostrar a estas voces que estaban equivocadas, con la mayor urgencia posible, demostrar que sí valés, que sí sos capaz, que no era como ellos creían. Que sos merecedor de admiración, de amor. Que no sos malo o tonto. Que por fin te quieren. Ahí se forma la ansiedad de logro y el perfeccionismo.
Cada cosa que logro, cada pequeño avance parece demostrar que sí valgo, pero cada pequeño error o retroceso parece reconfirmar esas voces traumáticas, me llena de miedo al fracaso, a la perdida… Entonces vivo evitando el error, la decisión equivocada, sobrepienso, tengo miedo a perder: tiempo, dinero, status, aprobación. El miedo controla tu vida, y muchas veces se trata del mismo miedo que te trasmitieron sus padres en su propio perfeccionismo y temor a la pérdida.
Esto genera una falsa sensación de urgencia que nos lleva a querer respuestas y cierres rápidos. Planificar todo ya, tener todo respondido ya, tener el camino claro ya…. La mente no para, tortura, quema, el famoso “sobrepensar” es una mente en falsa urgencia de respuestas rápidas. Muy común en personas con altas capacidades y alta sensibilidad, entonces parecen los complicados, los intensos, los especiales…
Donde otros simplemente hacen a cada momento lo que se les dictó, con la tranquilidad de la obediencia, el ansioso de altas capacidades se encuentra ahogado en la libertad y en la gran cantidad de opciones… con todo el miedo a elegir mal que trae aparejado.
La exigencia desmedida no aparece de la nada. Crece en vínculos donde la ternura y la aceptación dependían de cumplir expectativas. Tal vez no había ninguna amenaza directa sino que el cariño simplemente se retiraba si de repente “bajabas el estándar esperado”, por ejemplo con las notas del colegio. El niño aprende que solo merece afecto si se ajusta al estándar, si complace, si evita fallar. Esa huella queda marcada en la memoria relacional. Años después, el adulto sigue respondiendo al mismo guion: exigirse hasta el agotamiento con tal de no revivir el rechazo o la humillación.
Siempre nota diez
Siempre excelente
Siempre previniendo decepcionar.
No hay margen para el fallo, el atraso, el “no cumplir algo”
Qué van a decir de mi, tengo que complacerles.
Disminuye la tolerancia a la frustración, todo tiene que comenzar y terminar ya, todo se debe resolver hoy, todo es urgente, importante, indispensable. El sistema nervioso vive tan hiperactivado y con el cortisol tan elevado que cualquier atraso o inconveniente parece que activa una bomba nuclear. Y así se forman la gente con verdaderos problemas de ira, producto del cortisol elevado crónico que pasa de migraña crónica e hipertensión a infarto, ACV, etc.
La ansiedad moderna se expresa en un fenómeno cada vez más visible: la obsesión por resultados inmediatos. Cursos de siete días que prometen transformar una vida, dietas exprés, soluciones instantáneas. El perfeccionista herido no tolera la espera porque la espera activa el miedo. Si no logra ya, siente que vale menos. Si no obtiene respuesta ya, revive el eco de la invalidez. La prisa no es ambición, es defensa contra el dolor de sentirse insignificante.
Quien creció con la sensación de que nunca fue suficiente, carga en la adultez con un reloj interno implacable. Cada logro parece una carrera contra el tiempo. No hay paciencia para el proceso ni confianza en la maduración de las cosas. El trauma relacional enseña que el valor propio depende de rendir y rendir rápido. Y esa huella se convierte en ansiedad: un estado constante de alerta, como si todo dependiera de la próxima prueba.
El cuerpo recuerda lo que la mente intenta olvidar. Cada proyecto, cada meta, cada desafío activa la vieja alarma: “si no lo haces perfecto, si no das el gusto, quedas expuesto”. El corazón se acelera, los músculos se tensan, la respiración se acorta. La ansiedad aparece como sombra constante. Empuja a producir, a avanzar, a resistir, pero nunca deja disfrutar. El logro apenas calma un instante antes de que la rueda vuelva a girar.
Por otro lado, no saben aceptar las desventajas de las decisiones que toman, buscan la decision perfecta libre de desventajas. Es importante entrenar la mente a aceptar las desventajas de las decisiones, y por otro lado, a ver las ventajas ocultas en cada desventaja, de lo contrario cada decision se vuelve un campo minado donde si pisas en falso todo explota, en lugar de ver simplemente una oportunidad de aprendizaje y crecimiento, con sus desventajas que debés aprender a asumir y abrazar.
Crecer desde otro lugar
El deseo humano de expandirse es genuino, es válido, es necesario y da sentido a la vida. Existe curiosidad, creatividad y fuerza para mejorar. El problema surge cuando esa expansión está secuestrada por el perfeccionismo fruto del trauma relacional. El esfuerzo se transforma en látigo, el aprendizaje en obligación. El crecimiento, en vez de ser libertad, se convierte en una cárcel de rendimiento. Para que el desarrollo personal sea sano, necesita nacer de la elección, no de la deuda interna. Y tiene su ritmo, tiene su tiempo, tiene su proceso, no tiene por qué estar latigado por el trauma. Si logro, logré, si no, igual valgo. Tengo confianza en que lograré, en que hallaré respuestas, hallaré el camino, a su tiempo, no al tiempo que me dicta el apuro y el perfeccionismo. Vivo el presente con confianza, hago una cosa a la vez, avanzo un poco cada día. Se puede llegar a este estado, con terapia que deshaga el nudo del trauma relacional.
Vivir bajo la lógica del perfeccionismo prolongado desgasta cada capa de la vida. El cuerpo se enferma, la mente se fragmenta, los vínculos se resienten. El descanso se vuelve sospechoso, el error se convierte en tragedia, la alegría queda suspendida. El perfeccionista raramente celebra porque su mirada está atrapada en lo que falta, nunca en lo que ya alcanzó.
La salida no pasa por abandonar el deseo de mejorar, sino por trabajar en el trauma relacional. Se deben descargar las huellas en el sistema nervioso de esa culpa y miedo a fallar crónicos, instalada en etapas tempranas de la vida (leer articulo “Los desequilibrios de la paternidad”. Solo entonces la persona puede esforzarse sin miedo, crear sin angustia, descansar sin culpa. El crecimiento deja de ser una fuga y se convierte en un camino real. Te vuelves dueño de tu tiempo a cada instante, vivís en el momento presente y todo lo que haces aporta un poquito cada día a tu crecimiento global, sin prisas.
Reprogramarse la ansiedad de logro no implica apagar el deseo de crecer, sino liberar al crecimiento de la prisa. El trauma relacional debe trabajarse para que la paciencia no active miedo, para que la espera no suene a abandono. Solo así se recupera la capacidad de avanzar desde la elección, no desde el látigo. La verdadera libertad llega cuando uno puede sostener un proceso sin que la ansiedad lo devore.